Carlos R. Zapata C. – Los truenos que anticipan una crisis que no termina de llegar

Es indudable que la conducción económica del país se halla en una zona de penumbra que impide tener certezas sobre la gravedad de su estado. En un artículo reciente, José Gabriel Espinoza sostiene que “Arce no puede resolver la crisis porque no la reconoce (y viceversa)” y muestra que los principales indicadores económicos son un desastre y permiten presagiar un desenlace funesto. A los indicadores que destaca aún podríamos agregar varios más como el endeudamiento público interno y externo, los déficits mellizos y la parálisis de la inversión pública por insuficiencia de medios de financiamiento y, sobretodo, de credibilidad, y una Inversión Extranjera Directa negativa.
Hace un año cuando menos que ya se percibe la escasez de dólares, pero no puede advertirse que la situación se haya agudizado. Mucho más preocupante es el subsidio a los carburantes y el agotamiento del gas. Pero pese a todos los malos indicadores y sin que oficialmente tengamos un balance de divisas completo y transparente, se advierte que las papas todavía no queman, que el lobo aún no llegó. ¿A qué se puede deber?
A que no estamos poniendo sobre la mesa de la realidad real del país el hecho de la existencia de una economía delincuencial paralela que se está comprando el país a pasos agigantados, pues para adquirirla por retazos a precio de gallina muerta prefiere un ambiente de convulsión y fragilidad, mientras el país sigue a la espera de un ‘clima de negocios propicio’ para que la IED pueda finalmente desembarcar en el país.
Lamentablemente se hacen las cuentas sin el tendero, es decir, sin tomar en cuenta a quien reparte los suministros. En Bolivia parte de la función del tendero es asumida por la economía delincuencial que tiene a su vez estrechos vínculos con la economía informal. ¿Qué significa ello? Que una parte no menor de los recursos que circulan en la economía proviene de esa fuente. Son miles de millones de dólares que fluyen a la economía oficial cada año y que les permiten tanto a la economía oficial como a la delincuencial reproducir sus actividades y operaciones cada año.
En la economía delictiva se hallan principalmente los saqueadores de los bienes naturales del país, como ser oro, madera y otros, los narcotraficantes, los contrabandistas, los lavadores de dólares y diversos otros “rubros”. Gran parte de la economía informal no puede prescindir de estrechar vínculos con dicha economía. Sólo imaginar la falta de miles de millones para financiar el contrabando anual generaría una eclosión social de magnitudes insospechadas. La incapacidad estatal para aprobar la Ley contra la Legitimación de Ganancias Ilícitas muestra el crecimiento de esos poderes, ley a la que se opusieron fehacientemente los informales, beneficiarios de esa economía oscura que no se toma en cuenta en el plano macroeconómico.
El drama actual más acuciante no es la insuficiencia de dólares, sino la magnitud del subsidio anual a los combustibles, siderales para nuestra pobre economía. Por ello se está generando todo un combo de formas de reducción de la factura anual, procesando en Bolivia el crudo importado o controlando el contrabando de combustibles, fuentes de ahorro que deberían haber sido desde siempre pan de todos los días, o a costa del medio ambiente (con los “biocombustibles”).
Más allá de ello, el verdadero drama de todo este macabro juego es que se está rifando el futuro del país, pues un país sin una visión ampliamente compartida de hacia dónde vamos y con una economía delincuencial creciente que va tomando control del país, está claro que el drama no es la carencia de dólares actual y ni siquiera el tamaño de las subvenciones a los carburantes, sino las formas en que estamos liquidando el futuro del país.
En conclusión. Bolivia tiene una doble vida: la oficial y la delincuencial, la registrada y la no registrada, la formal y la informal, que conforman en conjunto la matriz real de la economía nacional y de las relaciones de poder. El drama del asunto es que ni el régimen ni el BCB tienen un cabal conocimiento de las características de esa economía delictiva por lo que ellos tampoco están en condiciones de anticipar políticas o estrategias de mediano vuelo. Todavía no han descubierto dónde suenan las campanas.
Carlos Rodrigo Zapata C. Es Economista, Especialista en Planificación Territorial, Diplomado en Sistemas de Información Geográfica, Percepción Remota y Sistemas de Posicionamiento Global, Catedrático de Desarrollo del Capitalismo. Analista político, social y ambiental.

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